Dejamos
las maravillas del Mato Grosso y entramos en el Estado de Goiás
entre medio de kilómetros
y kilómetros de blancos mantos de campos de algodón. Por causa de
la altura y de las lluvias, existen en toda la región incontables
cascadas, muchas de las cuales se pueden conocer, como en los
alrededores del colonial y pintoresco pueblo serrano de Pirenópolis
o de la tranquila localidad de Alto Paraiso, muy cerquita del Parque
Nacional Chapada dos Veadeiros. En muchos casos vale la pena acampar,
ya que cuentan con buenas instalaciones para ello y además esto
incluye la entrada a la cachoeira,
como la que visitamos nosotros.
Las cascadas van formando
pozos de agua a su paso, que invitan un chapuzón para refrescarse
del arrasante calor de la tarde, pero como el agua es helada, tras
unos minutos de valentía, indefectiblemente uno a uno salimos cual
lagartos en busca de los rayos de aquel sol del que quisimos escapar
apenas un instante atrás. Y una vez secos y nuevamente acalorados,
se reinicia el círculo vicioso que dura hasta el inicio del ocaso,
momento en el que el aire se va templando y comienza la peregrinación
desde los cursos de agua hacia el barcito del lugar, para escuchar
una música en vivo que va amenizando la tarde, con alegres sones de
samba y otros “jeitos”. Y por supuesto, nadie con las manos
vacías, aún el clima acompaña para degustar alguna cervezinha
gelada. Nosotros para no caer en
la tentación, nos llevamos el mate, claro está...pero cuando se
acabó el agua, bueno, ya conocen el dicho, donde
fueres...(1).Ya
más entrada la noche, todo el mundo se fue yendo y se fue helando
poco a poco, pero nuestros vecinos de carpa, cinco simpáticos
brasilienses, nos invitaron a su muy organizado fogón a compartir
historias y unas sabrosas carnes asadas, lo que dio un cierre
perfecto a nuestro paso por Goiás.
Dentro
de estas tierras, hay un área que fue cedida en el siglo XX y que
pertenece actualmente a un nuevo estado, el de Brasilia, la capital
administrativa del país, íntegramente planificada, construida en
menos de cuatro años, e inaugurada en 1960, durante la presidencia
de Juscelino Kubitschek. Es un ejemplo de paisajismo, diseño y
arquitectura, creada por Lúcio Costa, con el apoyo de Roberto Burle
Marx y Oscar Niemeyer. La ciudad fue pensada para que su forma se
asemeje a un avión. Las alas son los conjuntos de viviendas y
comercios, amplias avenidas, parques y “supercuadras”, claramente
organizadas con números y letras, imposible perderse. La cabina es
el centro de la ciudad, donde se destaca una larguísima explanada
pastizada, a cuyos lados se erigen los edificios de los ministerios.
Hacia el final, el parque va cayendo en un suave declive, dando paso
a los tres poderes, y culminando con la postal típica de la ciudad,
el Congreso Nacional, con sus altísimas torres en el centro y sus
partículares cámaras a los lados, con forma de cúpulas o tazones,
una hacia arriba, cóncava, invitando a la participación e
integración, destinada a los Diputados, y la otra hacia abajo,
convexa, destinada a los Senadores, promoviendo la reflexión. Todo
el conjunto arquitectónico como proyecto es muy interesante, y en la
individualidad de los edificios, a los marplatenses y en especial a
los arquitectos, les recordaría el estilo de “La Casa del Puente”,
ya que sigue la línea de Le Corbusier.
También
está dedicada al arte. Se pueden apreciar obras majestuosas en toda
la ciudad, desde las que cuentan un poco de historia, como los
murales del memorial Tancredo Neves, a las más modernas, que invitan
a la imaginación.
Nosotros
además de conocer estos y otros lugares, tuvimos la fortuna de ser
recibidos por Jonas, nuestro anfitrión, un tipazo de lo más amable,
promotor del buen vivir y presidente de Rodas da Paz. Gracias a su
hospitalidad pasamos unos días geniales. No solo nos abrió las
puertas de su casa sino que nos guió, nos llevó al teatro y nos
presentó a su hermosa familia y a sus copadísimos amigos, todos de
lo más generosos, como Renato, del Bar Senhoritas, que nos invitó
con buen vino y poesía, María Claudia, con su desayuno gourmet,
Swai, que nos regaló su cuchillo sevillana, Adriana, una artista de
lujo que nos dió un recorrido por su galería personal y Zoraide,
una mujer fascinante, que como buena madre, nos alimentaba a cada
visita, siempre acompañada de una interesantísima charla.
Y
como siempre es la gente la que marca la diferencia, si me preguntan,
la pasamos tan lindo en Brasilia que para mí es una ciudad que vale
la pena conocer.
(1)
Donde fueres haz lo que vieres
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